Vida con Dios
Dios no cambia. Él es el definitivamente Pleno y, por consiguiente, Inmutable. Está, pues, inalterablemente presente en nosotros, y no admite diferentes grados de presencia. Lo que realmente cambian son nuestras relaciones con El según el grado de fe y amor. La oración hace más densas esas relaciones, se produce una compenetración más entrañable del yo-tú a través de la experiencia afectiva y el conocimiento gozoso, y la semejanza y la unión con El llegan a ser cada día más profundas.
Cualquiera de nosotros puede experimentar que cuanto más profunda es la oración, siente a Dios más próximo, presente, patente y vivo. Y cuanto más resplandece la Gloria del Rostro del Señor sobre nosotros, los acontecimientos quedan envueltos en un nuevo significado y la historia queda “poblada” por Dios; en una palabra, el Señor se hace vivamente presente en todo. No hay juego de azar, sino un timonel que conduce los hechos con mano segura.
Cuando se ha “estado” con Dios, Él va siendo cada vez más “Alguien” por quien y con quien se superan las dificultades, se vencen las repugnancias —y éstas se truecan en dulcedumbres—; se asumen con alegría los sacrificios, nace por doquier el amor.
Cuanto más “se vive” a Dios, más ganas hay de estar con Él, y cuanto más se “está” con Dios, Dios es cada vez más “Alguien”. Y en la medida en que el contemplador avanza en los misterios de Dios, Dios deja de ser idea para convertirse en Transparencia y comienza a ser Libertad, Humildad, Gozo,
Amor.
Extractado del libro Muéstrame tu Rostro de p. Ignacio Larrañaga
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