Un Reino de Amor
En la casa de Nazaret habitaban dos personas: la Madre y el Hijo.
En aquella noche, después de los rezos, Jesús se sentó a la mesa. La Madre sirve la cena, y los dos permanecen en silencio. Ambos presienten que algo importante puede suceder esta noche.
El Hijo está inquieto, pero más lo está la Madre. Ella presentía algo; en los últimos años, la Madre había ido observando al Hijo con una atención persistente y ansiosa, y había llegado a la conclusión de que algo importante se avecinaba. Sentía curiosidad por ese algo, pero también miedo; y, casi prefería no saber de qué se trataba.
-Madre, dijo Jesús.
Ella levantó la mirada, pero la bajó al instante. Hubo un momento de silencio.
Continuó el Hijo:
-Madre, desde el principio del mundo, una onda inevitable me sube, me presiona y me vence. Ha llegado la hora: me voy: me voy a anunciar un Reino que será como una marea alta bajo la luna llena. Caminaré por un sendero bordeado de precipicios, por donde transitan los chacales; conmigo regresarán las golondrinas, y la primavera volverá a danzar en nuestros huertos y patios. Necesito desatar un diluvio. Pero recuérdalo, Madre, no será un diluvio de agua sino de amor…
De la Charla “Cristo, Sentido de la vida”, de P. Ignacio Larrañaga, Semanas de Culminación 2012
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