Si tú supieras cómo es Dios
Tomando en consideración su crecimiento evolutivo en la experiencia divina y su temperamento sensible y piadoso, Jesús cruzó la primavera de su infancia y adolescencia envuelto en el manto del Admirable. Por las actitudes y expresiones que aparecen después, en los días del Evangelio, nos sentimos con derecho a pensar cómo ahora, en los días de su infancia y juventud, el Incomparable fue ocupando por completo su persona.
Para los doce años ya había experimentado la proximidad ardiente del Formidable y Único. Sus palabras, respuesta al desahogo de su madre (Lc. 2, 49), indican que, ya a esa edad, ese océano sin fondo y sin orilla que es el Absoluto, se había adueñado enteramente de este muchachito. En adelante sólo Dios será su ocupación y preocupación.
Y así descubrimos en Jesús una profunda y extensa “zona de soledad” a la que nadie podrá asomarse, ni su mismísima madre, sino sólo Dios. ¿Mi madre? ¿Quién es mi madre? Vosotros sois mi madre. Y no sólo vosotros. Todo el que tome en serio el Admirable, todo el que declare y constituya a Dios como al Único en la vida, ése es para mí, mi padre y madre y hermano
y hermana (Mc. 3, 35).
Sólo Dios es el agua fresca; quien la beba nunca jamás sentirá sed (Jn. 4, 11-19). Si tú supieras cómo es Dios, si tú probaras esa agua...
Muéstrame tu Rostro.
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