Señora del silencio
Madre del silencio y de la Humildad, tú vives perdida y encontrada en el mar sin fondo del Misterio del Señor.
Eres disponibilidad y receptividad. Eres fecundidad y plenitud. Eres atención y solicitud por los hermanos.
Estás vestida de fortaleza. En ti resplandecen la madurez humana y la elegancia espiritual. Eres señora de ti misma antes de ser señora nuestra.
No existe dispersión en ti. Es un acto simple y total, tu alma, toda inmóvil, está paralizada e identificada con el Señor. Estás dentro de Dios, y Dios dentro de ti.
El Misterio Total te envuelve y te penetra, te posee, ocupa e integra todo tu ser.
Parece que todo quedó paralizado en ti, todo se identificó contigo: el tiempo, el espacio,
la palabra, la música, el silencio, la mujer, Dios. Todo quedó asumido en ti, y divinizado.
Jamás se vio estampa humana de tanta dulzura, ni se volverá a ver en la tierra mujer tan inefablemente evocadora.
![](https://static.wixstatic.com/media/76ab9b_853779efc17244f3aa28ee992a25fd49~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_553,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_auto/76ab9b_853779efc17244f3aa28ee992a25fd49~mv2.jpg)
Sin embargo, tu silencio no es ausencia sino presencia. Estás abismada en el Señor, y al mismo tiempo, atenta a los hermanos, como en Caná. Nunca la comunicación es tan profunda como cuando no se dice nada, y nunca el silencio es tan elocuente como cuando nada se comunica.
Haznos comprender que el silencio no es desinterés por los hermanos sino fuente de energía e irradiación; no es repliegue sino despliegue; y que, para derramar riquezas, es necesario acumularlas.
El mundo se ahoga en el mar de la dispersión, y no es posible amar a los hermanos con un corazón disperso. Haznos comprender que el apostolado, sin silencio, es alineación; y que el silencio sin apostolado es comodidad.
Envuélvenos en el manto de tu silencio, y comunícanos la fortaleza de tu Fe, la altura de tu Esperanza y la profundidad de tu Amor.
Quédate con los que quedan, y vente con los que nos vamos.
¡Oh, Madre admirable del Silencio!
Del libro “El silencio de María” de padre Ignacio Larrañaga
Comments