Señor, yo te pido…
Derrama sobre mí, Dios mío, las aguas de todas las fuentes sagradas para que yo quede puro como una criatura recién nacida. Insisto: no te canses: vuelve a sumergirme en las aguas purificadoras de tu misericordia, lávame una y otra vez, y verás cómo mi alma queda más blanca que la nieve de las montañas (v. 9).
Despierta en mí, Di mío, todas las arpas de la alegría; pulsa las cuerdas del gozo en mis entrañas más íntimas; los huesos humillados levanten la cabeza para entonar el himno de la alegría; mi alma que fue abatida por la tristeza y la vergüenza, ahora, al ser visitada por la Misericordia, pueda beber el agua fresca de la alegría (v. 10).
Dios mío, toca la sustancia más lejana de mi ser, y realiza en mí una nueva creación; Tú que todo lo puedes, repite en mí el prodigio de la primera mañana del mundo: pon en mí una naturaleza nueva, recién salida de tus manos; deposita en el nido de mi intimidad un corazón distinto, amasado de bondad, mansedumbre, paciencia y humildad; y revístelo de una firmeza de acero (v. 12).
Del libro Salmos para la Vida de padre Ignacio Larrañaga. (Salmo 51)
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