Ser amados y amar
Nunca me cansaré de repetir: amar a Dios es difícil, casi imposible. Amar al prójimo es más difícil todavía. Pero cuando el hijo es alcanzado por el amor del Padre, al instante siente un ansia incontenible de “salir” de sí mismo para amar. En este momento, amar a Dios no sólo será fácil sino casi inevitable. Además, el hijo amado sentirá unas ganas locas de encontrarse con cualquiera, por los infinitos caminos del mundo, para tratarlo como el Padre lo trata a él y hacer felices a los demás como el Padre lo hace feliz a él.
Sólo los amados pueden amar. Sólo los libres pueden libertar. Sólo los puros purifican, y solamente pueden sembrar paz los que la tienen.
A un hijo amado no le digan que ame. Sin que nadie se lo diga, una fuerza interior inevitable lo arrastrará a comprender, perdonar, aceptar, acoger y asumir a todos los huérfanos que andan por el mundo, necesitados de alegría y amor.
Del libro “Muéstrame tu rostro” de padre Ignacio Larrañaga
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