Nuestras fragilidades
A veces pienso que hemos traicionado al Señor Jesús, que no fue otra cosa en este mundo sino el Misionero de la Misericordia, que hemos dejado de lado su mensaje central del Abbá y nos hemos quedado con el Dios del Sinaí.
Pienso también que continuamos en nuestras fragilidades porque estamos encerrados y atrapados en un círculo vicioso, a saber: con estos complejos de culpa bloqueamos el amor de Dios, no nos dejamos amar; y, al no dejarnos amar, al no experimentar su amor, continuamos en nuestras fragilidades porque, después de todo, la única fuerza transformante del mundo es el amor.
Y, siendo el Evangelio una alegre novedad, una feliz noticia, nosotros hemos transformado el cristianismo en un código de culpas, en una religión obsesiva y triste, dejando de lado las insistencias conmovedoras de Jesús sobre la ternura de Dios. Y así, uno mismo ha constatado innumerables veces y con dolor en el corazón, que una de las fuentes más importantes de angustia y tristeza para las personas piadosas son los sentimientos de culpa, cultivados esmeradamente cual si fueran sacrificios de suave perfume para Dios.
Del libro “Salmos para la vida”, de padre Ignacio Larrañaga
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