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Jesús en la Última Cena
En la última cena, el Pobre de Nazaret, se sumergió en el silencio de sus abismos por un largo momento, durante el cual cruzaron por su mente los recuerdos de su vida: había saltado desde las alturas del Padre al seno de su santa Madre. Pero había llegado el momento de partir de nuevo al Padre. Una sola cosa había hecho durante la travesía: amar. Y ahora, al final de su vida, se disponía a lanzar la suprema ofensiva de amor.
Luego, levantó sus ojos. Con cierto dejo de tristeza fue mirando uno por uno a todos los asistentes. La inquietud se apoderó de los discípulos, que estaban suspensos de los labios del Maestro, como a la espera de alguna revelación especial.

Jesús les dijo: —Desde las profundidades de mi ser quiero hablarles esta noche, y quisiera que mis palabras fueran ecos de eternidad. Por largos días he sido poseído por el ardiente deseo de que llegara esta noche para celebrar la última cena de despedida, antes de partir. Hijos míos, me voy. Si no saltamos al precipicio no nos nacerán alas.
En un baño tengo que ser sumergido, y después del baño habrá un prodigio: el dolor se habrá transformado en amor, y el amor levantará las murallas del Reino. Asimismo, en esta noche por mi presencia en el pan y el vino quiero constituirme como compañero inseparable de toda soledad humana hasta el fin de los tiempos.
Extractado del libro El pobre de Nazaret de padre Ignacio Larrañaga
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