Huellas
A veces vemos las huellas de unos pies que pasaron por esta arena y decimos: por aquí pasó una persona. Hasta podemos añadir: era un adulto, era un niño. Son los vestigios. Nosotros, de esta manera, vamos descubriendo el misterio de Dios sobre la tierra. Otras veces lo conocemos por deducciones y decimos: esto no tiene explicación posible si no admitimos una inteligencia creadora. Nuestro caminar por el mundo de la fe es, pues, por las veredas de las analogías, evocaciones y deducciones.
¿Podrá, alguna vez, un ciego de nacimiento adivinar el color de una llama de fuego? Los colores nunca entraron en su mente. Por eso no sabrá identificar, reconocer y discernir los colores. Los colores lo trascienden.
¿Podrá la retina captar alguna vez el más pequeño fulgor de la majestad de Dios? Él no puede entrar en nuestro juego, en la rueda de nuestros sentidos. Él está por encima. Está en otra órbita. Nos trasciende. Nuestro Padre es un Dios inmortal y vivo sobre el que nunca caerán ni la noche ni la muerte ni la mentira. Nunca será alcanzado por el sonido, la luz, el perfume y las dimensiones. No podemos “agarrar” a Dios, es imposible dominarlo intelectualmente. Somos caminantes, siempre partimos y nunca llegamos.
Extraído del libro “El silencio de María” de padre Ignacio Larrañga
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