Hacia una unión transformante
Si miramos globalmente el itinerario del alma en su ascenso hacia Dios desde los primeros pasos hasta las comunicaciones más profundas, encontraremos la siguiente panorámica.
En las primeras etapas, Dios deja la iniciativa al alma, es decir, permite que el alma busque sus propios medios y apoyos como si el hombre fuera el único constructor de su propio mundo. Normalmente, en estas primeras etapas abundan las consolaciones divinas, y la actividad orante más bien parece producto de mecanismos humanos, resultado de prácticas y ejercicios pedagógicos.
En la medida en que el alma avanza en su itinerario hacia grados más elevados, Dios va tomando la iniciativa poco a poco, e interviene cada vez más directamente mediante apoyos especiales y toques inesperados.
A estas alturas, el alma comienza a darse cuenta de que aquellos medios psicológicos, que antes tanto le ayudaban, ahora ya son muletas inútiles. Dios, cada vez más resueltamente, arrebata al alma todas las iniciativas, la va sometiendo a la sumisión y abandono, en la medida en que paulatinamente, va entrando otro sujeto activo, el Espíritu Santo, el cual, finalmente, va quedando como único arquitecto hasta transformar el alma en hija predilecta de Dios e imagen viva de Jesucristo.
En resumen, en sus primeros pasos, el alma, como niño que comienza a caminar, necesita y busca apoyos psicológicos, métodos de concentración, ejercicios de silenciamiento, puntos de reflexión. Cuando Dios irrumpe en el escenario, el alma siente necesidad de purificarse mediante una operación general de desapropiación. Una vez conseguida la pureza, la libertad y la paz, el alma se halla en condiciones de avanzar sin ningún obstáculo hacia la unión transformante.
Extraído del libro “Itinerario hacia Dios” de padre Ignacio Larrañaga
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