El prodigio se consumó
Como la virginidad es silencio y soledad, en el silencioso seno de una virgen solitaria se consumó el prodigio, sin clamor ni ostentación.
Ahora bien, si exteriormente no hubo manifestaciones, en su interior debió haber grandes novedades, y la intimidad de la Madre debió quedar iluminada y enriquecida sobremanera. Su alma debió poblarse de gracias, consolaciones y visitaciones.
En estos nueve meses, viviendo una identificación simbiótica y una intimidad identificante con Aquél que iba germinando silenciosamente dentro de ella..., debió experimentar algo único que jamás se repetirá.
Como sabemos, entre la gestante y la criatura de su seno se da el fenómeno de la simbiosis. Significa que dos vidas constituyen una sola vida. La criatura respira por la madre y de la madre. Se alimenta de la madre y por la madre, a través del cordón umbilical. En una palabra, dos personas con una vida o una vida en dos personas.
Siendo además una mujer profundamente piadosa, aquel fenómeno debió causarle una sensación indescriptible en el sentido siguiente. La criatura dependía del Creador, de tal manera que si éste retiraba su mano creadora, la criatura (María) se venía, en vertical, a la nada. Fenómeno que nunca se había dado y que nunca se habría de dar. Si la simbiosis es un fenómeno fisiológico, el mismo fenómeno cuando es psíquico, se llama intimidad.
Aquí, durante estos nueve meses, todo se paralizó; y “en” María y “con” María, todo se identificó: el tiempo, el espacio, la eternidad, la palabra, la música, el silencio, la Madre, Dios. Todo quedó asumido y divinizado. El Verbo se hizo carne.
Extraído del libro “El Silencio de María” de padre Ignacio Larrañaga
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