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El fruto de la Cuaresma


Dicen los evangelistas que, después del bautismo, Jesús se retiró durante cuarenta días a un lugar desértico, solitario e inaccesible, en donde sólo habitaban las fieras (Mc 1, 13).


Después de los episodios del Jordán, el Pobre de Nazaret abandonó el salvaje escenario de Judá, se trasladó a la risueña región de su Galilea natal. Y, en adelante, todo será distinto: estilo y contenidos.

Jesús no arrastra a las multitudes alucinadas, como el Bautizador, a la soledad del desierto, sino que él mismo sale al encuentro de la gente, y se mueve como pastor y trovador, itinerante y peregrino, por las plazas y mercados, por las pequeñas sinagogas, en el área exterior del templo de Jerusalén.


El Pobre de Nazaret desató la pleamar de la ventura, el aleluya resonó sobre nuestros techos. Todo es diferente.


El anuncio del Reino de Dios ya no apela a un juicio divino que se consumará en un futuro más o menos próximo, no; la salvación se decide y se realiza en el presente, y no es el resultado de una terrible penitencia, como la preconizada por el Bautizador, sino un don gratuito ofrecido por el Padre.



Extractado del libro El pobre de Nazaret de padre Ignacio Larrañaga

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