El Esperado
En la noche de Navidad, la Madre se vistió de dulzura y el silencio escaló su más alta cumbre.
Aquí no hay casa. No hay cuna. No hay matrona. Estamos de noche. Todo es silencio. La noche de Navidad está llena de movimiento: llega la hora de dar a luz, la Madre da a luz, envuelve en pañales al recién nacido, lo acuesta en un pesebre, la música angelical rompe el silencio nocturno, el ángel comunica a los pastores la noticia de que ha llegado el Esperado, les da la contraseña para identificarlo, vámonos rápidamente —dicen los pastores—, llegan a la gruta, encuentran a María, José y al Niño recostado en el pesebre, seguramente les ofrecieron algo de comer o algún regalo, les contaron lo que habían visto y oído en esa noche, los oyentes se admiraron…
Y, en medio de tanta cosa, ¿qué hacía? ¿qué decía la Madre? “María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Inefable dulzura, en medio de una infinita felicidad. Y todo en silencio.
Del libro “El silencio de María” de padre Ignacio Larrañaga
Comments