Despojado de sí mismo
El hombre despojado es un hombre esencialmente hacia dentro. Como ya se convenció́ de que el “yo” es una mentira, le tiene sin cuidado lo que digan o piensen en referencia a un “yo” que él sabe que no existe. Por eso, vive desligado de las preocupaciones artificiales en una gozosa interioridad. A pesar de vivir entre las cosas y los acontecimientos, su morada está en el reino de la serenidad.

Desarrolla actividades externas pero su intimidad está instalada en un fondo inmutable. Sin poder ni propiedades, el desposeído hace el camino mirándolo todo con ternura, tratándolo todo con respeto y veneración. Su vestidura es la paciencia y sus entrañas están tejidas de mansedumbre. Nada tiene que defender porque está desprendido de todo.
A nadie amenaza y por nadie se siente amenazado; por eso cuenta con la amistad de todos. Armas ¿para qué? El que nada tiene y nada quiere tener, ¿qué le puede turbar? Por eso, el hombre vacío de sí es un hombre invencible. No habrá́ en el mundo ni emergencias dolorosas ni eventualidades imprevisibles que puedan herir, golpear o desmoronar la estabilidad y la armonía del hombre que se liberó de la ilusión del “yo”.
Extractado del libro “El arte de ser Feliz” de padre Ignacio Larrañaga
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