Despedida y bendición de la Madre
Ante la insistencia del Hijo, la Madre accedió, por fin, a sentarse a la mesa. Los dos permanecieron en silencio durante un largo tiempo, sin levantar la mirada, sirviéndose algún bocado desganadamente, como quien trata de disimular el mal momento que ambos estaban atravesando.
—Madre, dijo Jesús.
Ha llegado la hora: me voy; me voy a anunciar un Reino que será como una marea alta bajo la luna llena. Caminaré por un sendero bordeado de precipicios, por donde transitan los chacales; conmigo volverán las golondrinas, y la primavera volverá a danzar en nuestros huertos y patios. Recuérdalo, Madre, no será un diluvio de agua sino de amor…
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No me siento con derecho a protestar, Hijo mío, porque mis derechos están en las manos de mi Señor. Así, pues, de la misma manera que el día en que bajaste a mi seno, también en este momento pronuncio para ti, Hijo mío, esta única palabra que habita en mi corazón: hágase. Puedes irte.
—Los amados nunca están solos, Madre, aunque los separen mares y océanos. En el olvido hay distancias infinitas, pero en el recuerdo no hay distancias. Me voy, Madre, pero permaneceré aquí, a tu lado, sentado a la sombra del limonero del huerto.
El pobre de Nazareth, capítulo 2
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