Comenzando por la casa
Se dice: mientras haya a mi lado quien sufra, yo no tengo derecho a pensar en mi felicidad.
Estas palabras suenan muy bien, pero son falaces. Tienen una apariencia de verdad; pero, en el fondo, son erróneas. A la primera observación del misterio humano, saltarán a nuestros ojos una serie de evidencias como éstas: los amados aman. Sólo los amados aman. Los amados no pueden dejar de amar.
Sólo los libres liberan, y los libres liberan siempre. Un pedagogo modelo de madurez y estabilidad hace de sus discípulos seres estables y maduros, y esto sin necesidad de muchas palabras. Lo mismo sucede con los padres respecto de sus hijos. Y, por el contrario, un pedagogo inseguro e inhibido, aunque tenga todos los pergaminos doctorales, acaba envolviendo a sus discípulos en un halo de inseguridad.
Sólo haremos felices a los demás en la medida en que nosotros lo seamos. La única manera de amar realmente al prójimo es reconciliándonos con nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente.
Hay que comenzar pues, por uno mismo.
Extraído del libro “Del sufrimiento a la Paz” de padre Ignacio Larrañaga
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